Recientemente he observado dos comportamientos
que, por naturales, me parecen excepcionales. Naturales, porque de manera
fundamental estaban originados en el sentido común. Y excepcionales, porque no
es frecuente observar cómo es posible vender bien en los tiempos que corren. Además, y como os
iré relatando, son dos acciones comerciales ejecutadas por los extremos de lo
que sería la pirámide en una organización. Una ejecutada por un “soldado raso”
y otra por el “gran general”.
Vamos a por la del “soldado”, entre otras
cosas, porque es la que más me impactó. Os pongo en situación. Restaurante
lleno hasta la bandera. Varios camareros, perfectamente organizados por grupos
de mesas, tomando la comanda, llevando platos, recogiendo, atendiendo y
cobrando. Una mesa con una pareja y un carrito de bebé que están cenando
mientras charlan distendidamente. Ya se sabe que los bebés tienen sus “manías”
y en un momento de la cena, tras muchos intentos de ejercer su derecho de
atención, el bebé en cuestión comenzó su letanía de reclamos sonoros. La pareja
empezó a ejercitar, por turnos, su balsámico arte del consuelo y monerías
varias hacia el bebé. Nada, esa noche no eran efectivos. Entre tanto, su
camarero de mesa observaba la escena con cara de nostalgia. Dicho y hecho, el
intrépido camarero se dirigió a la mesa. Habló con la pareja y cogió en sus
brazos al bebé. Lo cogió con seguridad pero la pareja tenía los ojos más
grandes que los platos que tenían en su mesa. Estaba claro, el camarero tenía
experiencia en el tema de los bebés. En ese momento, y siempre con permiso de
los padres, se llevó al bebé por las diferentes zonas del restaurante de manera
que la criatura tenía la atención que antes reclamaba. La pareja terminó de
cenar tranquilamente, el bebé se lo pasó bomba, el camarero también y además el
churumbel hacía las delicias de otros compañeros y clientes. Ya se sabe, no hay
nada como la sonrisa de un bebé. Resultado, unos clientes satisfechos. La
propina, que pude deducir cuando recogió la mesa el camarero, así lo
atestiguaba. Esos clientes, seguro, que comentarán la situación con sus
amistades y lista la acción comercial exitosa que asegurará la asiduidad de la
pareja al restaurante y con una publicidad perfecta en su entorno.
Ahora toca la del “gran general”. Como no
podía ser de otra manera, en un restaurante. Mesa con cuatro ejecutivos en
comida de negocios. Todas las mesas tenían una botella de vino tinto como
reclamo o promoción para incitar a su consumo en la comida. A pesar de ello,
los comensales deciden escoger otro de la magnífica, por otra parte, carta de
vinos del restaurante. En el mismo momento que el camarero sirvió el vino a uno
de los comensales para que lo catara, desde otra parte de la sala, se levantó
una persona de edad avanzada en dirección a la mesa de los ejecutivos. Se autopresentó,
aunque dado el personaje, no había mucha necesidad. Era un conocido patriarca
de una saga familiar con mucho prestigio en el mundo del vino (aunque él se
nombra como simple bodeguero). Compartió con los comensales el vino que ellos
habían pedido, no el suyo, hasta que consiguió que la botella se acabará. En
ese momento, el personaje en cuestión, llamó al camarero pidió una botella de
su vino para que los ejecutivos lo probarán. No sé si éste era mejor que el
anterior o viceversa, pero los ejecutivos asentían gustosamente al probarlo. El
caso es que en el momento que su botella estaba en la mesa se despidió cortésmente,
volvió a su mesa y siguió comiendo. Se había bebido el vino de la competencia,
mandó retirar la botella vacía y había “colocado” el suyo. Magistral. El buen
hombre había “descendido a lo terrenal” con unos clientes que valoraron su
atención personal y que de propina les había dado algunas clases magistrales
sobre el vino. Pero para el “gran general” era una batalla ganada a su
competencia.
No voy a escribir ninguna moraleja, es obvia.
Solo espero que todos tomemos nota de cómo es posible vender bien aplicando
sentido común en todos los ámbitos de la organización.
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