El verano, al menos cronológicamente, está
dando sus últimos coletazos. Las playas ya no tienen esos visitantes luciendo sus
músculos esculpidos en sesiones de gimnasio. El resto de los mortales, a los
que el bañador y demás complementos veraniegos nos hacen un flaco favor y que estábamos
deseando volver a vestirnos “normalmente”, hemos vuelto a nuestros
quehaceres habituales.
En estos primeros días de septiembre, hemos
recibido una petición “diferente” de un directivo de una compañía. La petición,
en palabras textuales, era: “Quiero que mi empresa sea ágil, quiero
entrenadores personales para mi organización”. Al oírlo, me acordaba del
verano. Venían a mi memoria, con envidia “sana”, las imágenes de todas esas
personas de cuerpos atléticos vistos durante el periodo estival. Me imaginé
preguntando a alguno de ellos por los motivos que tenían para dedicar una gran
parte de su tiempo a esculpirse. Me imaginé, también, como tenía que correr
antes de que me estamparan contra la pared por preguntar tonterías.
El caso es que me armé de valor y pregunté al directivo:
“¿para qué quería que su empresa fuese ágil? y ¿por qué necesitaba entrenadores
personales para su organización? He de reconocer que nos miró bastante mal,
incluso sé que sopesó echarnos con viento fresco. Yo ya me estaba preparando
para ejercitar una cortés despedida, cuando nuestro interlocutor empezó un
monólogo interminable sobre las bondades y milagros de ser una empresa ágil con
equipos muy preparados. En algún momento, he de reconocer, que pensé en salir
corriendo pero finalmente traté de ordenar, mentalmente, todas las
explicaciones que estaba escuchando. A la vez, y durante todo ese largo tiempo,
seguía imaginándome interrogando en la playa a los “atletas” sobre sus “porqués
y paraqués”. Como la imaginación era mía, me respondían gustosamente en lugar
de propinarme un merecido mamporro. Las respuestas eran variopintas e iban
desde aspectos relacionados con la salud, pasando por los relativos a la imagen
personal y terminando en los derivados de la práctica deportiva.
El discurso de mi interlocutor finalizó con
un: “¿entiendes, ahora, para qué y por qué quiero lo que os planteo?”
Evidentemente, mi respuesta fue una negación rotunda. No estaba indicando, con
mi respuesta, que las explicaciones del directivo fueses obtusas o erróneas.
Simplemente me desconcertaba que en toda su explicación no hubiera ninguna
mención al dinero, al rukiki (término empleado por mi admirado Manuel Romera).
En mi opinión es un error perder de vista que
la agilidad y la buena organización, en las empresas, tienen que tener en
cuenta que su fin debe residir en mejorar la rentabilidad. Por ejemplo se puede
tener un gran conocimiento de la estructura de costes, un sistema de precios flexible
y orientado al cliente; pero todo ello debe (cuanto menos) mantener los
márgenes. Se es ágil si se alcanza a tener una acertada visión de aquello que
esté por acontecer en la competencia, en los clientes, etc y se obra en consecuencia. Pero todo ello no
deja de ser algo relativo si no se consigue (por ejemplo) una venta y, por su puesto,
cobrarla. Podemos ser muy buenos en conocer nuestros costes, pero tenemos que
ser mejores en ahorrar mejorando nuestra gestión y ser en definitiva más
rentables.
Por otro lado hay que huir de los “esteroides”.
El fin no justifica determinados medios. Una empresa ágil tiene que estar
conectada a todas las fuentes de información, al mercado y a todo aquello que
tenga interés para conocer las preferencias de los clientes y las mejoras de
productos y servicios. Es cierto que para eso hay que trabajar mucho y bien,
hay que pasar horas en el gimnasio. Pero en esto, a diferencia algunos
propietarios de abdómenes esculpidos, no vale hacer las cosas para sentirse
bien consigo mismo. En el mundo empresarial hay que tener el abdomen de
Cristiano Ronaldo o Puyol para ganar competiciones o ligar (eso es un triunfo
también), no para exhibirse ante el espejo (ojo, el culturismo es competición).
Y solo cuando metamos un gol (ganemos rukiki) podremos levantar la camiseta y
enseñar los abdominales.
Por cierto, os aseguro que la despedida con el
directivo fue cortés. Ayer comenzamos a “entrenarle” y ya sabe diferenciar el
billete de cincuenta euros de los post-it que tiene en la mesa de su despacho.
Una vez más, mi agradecimiento a Manuel Romera
Director del área Financiera del IE Business School por sus clases magistrales.
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