El otro día leía una de las publicaciones de
José Barato (director de PMPeople) y me inspiró para haceros partícipes, desde
mi punto de vista, de uno de los grandes males de las organizaciones
empresariales en nuestro país. Nuestras carencias como directivos.
Comienzo
con una cita usada por el mismo José Barato, y que me llevó a releer el libro El
Príncipe de Nicolás Maquiavelo, donde ésta aparecía. “Pues
debe considerarse que no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de
hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que el introducir nuevas leyes. El
innovador se convierte en enemigo de todos los que se beneficiaban con las
leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se
beneficiarán con las nuevas.”
Quiero pensar que en nuestro entorno empresarial,
comportamientos tan claros como el descrito por Maquiavelo son conocidos y
atajados. Claro que mi pensamiento suele desvanecerse entre el lunes por la
mañana y el viernes.
Después de los fines de semana tranquilos
donde la familia, algo de deporte, contacto con los amigos y un poco de “hobbie”
personal constituyen las máximas ocupaciones; llegan los lunes. Una vez
valoradas las próximas expectativas del despacho y repasar las dedicaciones de
los equipos de trabajo para la semana, me topo con una desafortunada realidad. Las
empresas no están adaptándose para mejorar. Hace tiempo comencé a construir una
clasificación artesanal de esas realidades observadas en las empresas (ordenadas
de la que más me gusta a la que menos). De entre todas ellas hay una
clasificación que afecta directamente a quienes tenemos la misión de liderar nuestras
organizaciones pero que nos caracterizamos, quizás, por no tener unos valores
demasiado claros o adecuados.
A.
El directivo
que quiere ser aprendiz. Por desgracia, quizás porque es mi favorito,
es la que menos encuentro. Yo, hasta cierto punto, lo entiendo. Es natural que
todos nos sintamos incómodos si tenemos que aceptar alguna ineptitud en
nuestras habilidades. Pero simplemente es reconocer que tenemos que aprender
continuamente.
Claro, aquí todos
pensamos que este es nuestro caso. Nosotros estamos en un continuo aprendizaje,
asistimos a formación, leemos y tratamos de mejorar extrayendo lo más
adecuado de todo aquello cuanto vemos. Somos conscientes de que hay cosas en
las que podemos mejorar y ponemos nuestro empeño en ello. El problema surge
cuando “eso” en lo que nos estamos “formando” no es en lo que tendríamos que
poner nuestro empeño. Y si además le sumas que “un extraño”, “vendehúmos”, “cuentacuentos”
y demás calificativos, que he escuchado, te dice que estás equivocado… Por eso
este grupo es tan pequeño, la realidad es que solo nos gusta aprender lo de siempre.
Claro, siempre se ha hecho así.
B.
El
directivo incrédulo. Éste es el más habitual, aquí encontramos
ejemplos simplemente con mirar a nuestro más inmediato entorno. Sus frases
favoritas son “que va saber éste lo que tenemos que hacer” o “ya hacemos las
cosas bien” y “todo eso que dices ya lo hacemos”.
He de decir que
con este grupo disfruto mucho trabajando. Se parecen al niño que pregunta mucho
y nunca obtiene la respuesta que desea. Si cuando te hacen una pregunta y la
respuesta que obtienen es una repregunta cómo: “¿por qué me preguntas algo a lo
que tú ya tienes respuesta?”; fruncen el ceño y a veces entran en estado de
cólera. Algún avispado directivo incrédulo te llega a responder que: “es para
valorar si tienes una respuesta coherente y acertada”. En ese momento está
claro que no hay nada que hacer, salvo platear un interrogante y dejarlo en el
aire: “¿para que quieres gastarte el dinero en alguien que piense igual que tú?”
Evidentemente, solo queda ser educado y despedirse cortésmente. En cualquier
caso, y teniendo en cuenta que esta clase de directivo existe y mucho, el
incrédulo exige un esfuerzo que muchas veces es gratificante cuando consigues
hacer que pase a ser un directivo que quiere ser aprendiz. Este grupo, como he
dicho, es muy numeroso. Claro, siempre se ha hecho así.
C.
El
directivo iluso. Peligro, hay que tener mucho cuidado con
este. Quiere hacer cosas, muchas cosas, y todas al mismo tiempo. Tiene que demostrar
que tiene iniciativa y empuje.
Te aseguro que no me quiero granjear más
enemigos, pero suele encontrarse en demasiadas empresas familiares. En este
caso ha alcanzado el cenit sucesorio o está en vías de ello. Busca el santo
grial sin “mancharse los pantalones”. Es fácil contactar con ellos, solo hay
que tener la “suerte” de haber solicitado una entrevista con ellos para que te
reciban y a los pocos minutos quieran incorporar tú “sabiduría” a su
organización. Su valoración pasa por que vea cierta solidez en tus
conocimientos y que no quieras ser “protagonista”, salvo que las cosas no
salgan bien. Ahora bien, sus condiciones al final confluyen en que todo lo que
hagas tiene que ser diferente a lo que están acostumbrados o que no te separes
de lo que se ha hecho siempre. Claro, siempre se ha hecho así.
D.
El
directivo cobarde. Este grupo realmente es una derivación de
los dos anteriores. Es el directivo incrédulo o iluso que pasa a un estado de
cobardía.
Si el directivo
incrédulo encuentra que tus razonamientos y planteamientos son coherentes tiene
que ceder su posición. En ese momento, “el lado oscuro de la fuerza” le
convierte en irracional porque sus reticencias no encuentran justificación. Entonces
sale a relucir su cobardía innata. Aquí es momento de ponerle a su alcance la
salida: “yo entiendo que la inversión que tienes que hacer conmigo está sujeta
a un riesgo y tienes que valorar su idoneidad”. Despedida con cortesía y el
futuro dirá pasa a directivo que quiere ser aprendiz. Si se parte de un
directivo iluso, que solo hace que asentir a todo lo que planteas, se ha vuelto
cobarde. Seguro que querrá hacer cosas que él mismo no se atreve a realizar y
quiere un “paraguas”. Aprovecha la circunstancia. Hazle la siguiente pregunta: “¿Creo
que la inversión que tienes que hacer conmigo es muy alta y no es el momento en
la coyuntura actual?”. Como te dice que sí a todo, aprovecha para despedirte cortésmente
(hay que ser educado siempre), recordarle que habrá que recuperar el contacto
cuando “la cosa mejore” y salir corriendo sin mirar atrás. En definitiva el
directivo cobarde es el que al final del camino te va a valorar en
contraposición con lo que en su particular ombligo conoce. Claro, siempre se ha
hecho así.
Visto este planteamiento, es fácil que te surjan comentarios a
favor y en contra. Todos tienen su cabida y resultarán enriquecedores. Ahora
bien, cuando acaba el lunes no me resigno a que esto sea así. Siempre he
pensado que los directivos son personas cabales y si no consigo colaborar con
ellos tiene que ser porque realmente no necesitan las soluciones planteadas o que
la calidad de las mismas no es la adecuada para ellos.
Mañana es martes y
seguiré siendo alguien que quiere ser un aprendiz para mejorar las soluciones y
su calidad a pesar de que, claro, siempre se ha hecho así.
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