El jueves pasado estaba tomando un café con un
directivo de una empresa. Esto me llevó, finalizado mi encuentro, a llamar a un
par de amigos; pero de los buenos. Necesitaba aire fresco.
Mi conversación tuvo un comienzo simple, le
dije “estoy hasta los … de escuchar a
plañideras, cuéntame cómo lo pasasteis ayer en la comida de este mes. Hubiera
preferido asistir, pero ya sabes el curro manda”. Me resumió las “batallitas”
jocosas que contaron los asistentes, el resultado de la partida de mus con las
pifias correspondientes de su compañero de partida y el estado “alegre” con el que
alguno se fue para casa. Ya tenía mi dosis de placebo y recuperaba por momentos
mi estado normal.
Antes de despedirnos, mi amigo me hizo la
siguiente pregunta “¿Y tú qué?”. El contenido
de mi respuesta fue encaminada a relatarle mis planes para el fin de semana,
incluyendo una nueva ruta que iba a realizar en la moto. Al finalizar me
respondió textualmente “es que está todo
muy parado, hay que moverse”. Confieso que estuve a punto de colgar, pero
los amigos son los amigos. Conecté el manos libres, cogí un papel y me puse a garabatear
sin sentido mientras escuchaba. He estado tentado de escanear el resultado para
ilustrar este post, pero entre que puse expresiones mal sonantes y que había algunos
dibujillos de dudoso gusto, he desechado la idea y prefiero resumirlo
honorablemente.
Digamos que el conjunto podría resumirse en un
conjunto de caricaturas de personas con el consiguiente bocadillo que dice “bla, bla, bla”; otros con los pelos de
punta como si hubieran metido los dedos en un enchufe. También los había con un
revolver apuntándose a la sien, jugando a la ruleta rusa, e incluso los había
orando a no se sabe qué. Muchas de las frases escritas no las puedo reproducir,
pero el lector puede imaginar el sentido.
Vamos a ver, estamos a mediados de septiembre
y, claro, entre que la gente se ha incorporado de vacaciones, ha pasado la
vuelta al cole y demás; resulta que se ha tenido tiempo para ojear los
resultados obtenidos en lo que llevamos de año. El nivel cardiaco de muchos ha
sufrido alteraciones repentinas a las que se han sucedido diversas reacciones.
La más común. “¡Pero, si habíamos planificado todo para conseguir las cifras!”.
Otra de mis favoritas “¡Hay que convocar
una reunión urgente!”. Y la más bestial “¡Quiero
los informes de…, de…, de…, de… y de… encima de mi mesa ahora mismo!”
Hechas las peticiones y escuchados los
lamentos de todo el mundo, no queda más remedio que tratar de solucionar el
entuerto. Después de muchos debates, reuniones, broncas por doquier y demás;
siempre aparece uno que dice “estamos en
septiembre, hay que echar el resto hasta final de año”.
Dicho y hecho. Se desarrollan, en tiempo
record, agendas y planes de actuación a los que se les va a implementar un
seguimiento exhaustivo y casi diario. Los teléfonos empiezan a echar humo y los
e-mails empiezan a invadir y llenar los buzones de entrada de los posibles
clientes. Al mismo tiempo se revisan los precios de venta con la curiosa regla
del 10%, así los “idiotas de los comerciales que nos han llevado a esa
situación saben actualizar mejor el precio”. El caso es que los IDIOTAS de
los directivos no saben el margen real de sus operaciones, pero ahora no es
momento de pensar en cosas muy técnicas.
Aseguro que puedo seguir describiendo estas
situaciones reales como la vida misma, pero no tiene sentido.
La realidad es que los cañones, los más
grandes y los más potentes de las empresas están disparando a todo lo que se
mueve. Hace unos meses pretendían ser abanderados de la eficiencia y la
productividad. En cualquier caso es un momento de oportunidades para el
cliente, siempre hay alguien que se beneficia de los errores de terceros.
Pero, por desgracia, hay más aún. Llega el
primer contrato después de “tocar zafarrancho de combate”. Los directivos sacan
pecho y piensan “si es que no hay nada
como dar un golpe en la mesa”.
Así pasará septiembre. A final de mes ya no se
harán los seguimientos acordados “el plan
está en marcha y ya tenemos evidencias de que funciona”. Llegará octubre y
nos dejará. Noviembre nos empezará a engolar con el sentimiento pre navideño y
diciembre, por no sé qué razón, no existe en el calendario empresarial. Enero,
propósito de enmienda, pero como hasta abril no se habrá digerido el desastre; entonces
el año siguiente solo tendrá nueve meses. ¡Ojo!, menos uno de vacaciones,
septiembre, octubre y noviembre dando cañonazos sin sentido y otro porque diciembre
no existe; total cuatro. De los cuatro restantes, tres de ellos se dedican a pensar
en innovación, productividad e internacionalización sin un sentido claro.
Finalmente, el mes que sobra es para peregrinajes varios en busca de financiación.
Resultado, el suicidio de las empresas.
Ahora que has intuido algunas soluciones,
quizás es el momento de empezar a hacer otras cosas y dejar los cañones
aparcados. Asume tú error y trata de que no vuelva a ocurrir. Dedica este
tiempo a planificar con toda tu organización las previsiones, planes de acción
y contingencias para el siguiente ejercicio. Eso sí, ¡asegúrate! de seguirlo y
aplicarlo de manera continua que para eso estás donde estás. Por qué si no, y ya
lo decía mi abuela, “pan para hoy, hambre para mañana”.
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